Pero no nos equivoquemos: con ese retrato imaginario y especulativo Frances O’Connor ha conseguido rodar una buena película, en la línea de otros biopics que ponen en juego la imaginación y se desvían un poco de los hechos, caso de Rocketman (y Elton John), Last Days (y Kurt Cobain), Adiós, Christopher Robin (y A. A. Milne) o Loving Vincent (y Van Gogh), por citar algunas.
O’Connor es capaz de seducirnos con un personaje grandioso, que oscila siempre entre polos opuestos: su misantropía y sus ganas de pasión, su fe y sus dudas, su acatamiento de las normas propias de las mujeres de aquel tiempo y sus ganas de gritar que necesita libertad de pensamiento, su necesidad de escribir y su negativa a seguir haciéndolo. Ella misma se denomina, en el filme, «un pez raro».
Algunos de los momentos más significativos transcurren cuando la poeta en ciernes habla con su hermano Branwell y con el reverendo Weightman. Conversan sobre la fe ciega y sobre poesía, citan a Shelley hablando de Dios y se permiten escapar un poco de los rígidos protocolos de la época. O’Connor, así, logra transmitirnos la esencia de
Cumbres Borrascosas mediante la pasión de su autora y el dolor y la complejidad de «amar y ser amada». De fondo, la poderosa y sensual música compuesta por Abel Korzeniowski.
(José Ángel Barrueco) (Translation)
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